Y ahora, ¿qué hacemos?
Al concluir la primera fase del SITAC, la única certeza que podía sostener era que los nodos constituirán el elemento clave para el proceso de discusión propuesto. Parte de su objetivo era ampliar y relacionar diversas iniciativas críticas, de manera que pudieran estructurarse estrategias de trabajo sostenidas, dada la coyuntura en la que se encuentra el sector cultural y artístico. Serían prueba de fuego: o bien permitirían dar pie a acciones más concretas y depuradas, o bien, terminarían por diluir el impulso generado en abril.
En total fueron 23 actividades que tuvieron lugar en 10 ciudades diferentes, en un periodo de cinco meses. Registros y/o relatorías de los mismos están disponibles en un micrositio web para su consulta pública. No vale la pena juzgar si fueron pocas o muchas, necesarias o insuficientes. El interés, a mi juicio, está en otra parte: en el qué se articuló, y qué nos dice sobre nuestra posibilidad o imposibilidad para pensar y actuar ante la emergencia presente.
A primera vista, es claro que estamos ante una variedad de contextos de enunciación, que a ratos se antoja una suerte de Babel. Y esta disparidad me obligó a detener la mirada en tres aspectos, con la intención de intentar encontrar no sólo vías de orientación sino posibles enclaves: los puntos de tensión, los subtextos y discursos no explícitos y las formas discursivas y tácticas perfiladas.
Tensiones y disonancias
La operatividad de la dicotomía ‘centro/periferia’. En más de uno de los nodos, la discusión se planteó en los términos de un contraste desventajoso entre el interior de la República mexicana y la Ciudad de México, a “nivel de desarrollo cultural”, infraestructura o política institucional. Si bien es cierto que el modelo de administración pública de la cultura y el arte, centralizado y concentrado, ahonda las desigualdades, la preeminencia dada en el debate genera un reduccionismo que impide ver con mayor profundidad el juego de relaciones y mecanismos de exclusión, poder, y privilegio existentes, sea en Puebla, Ciudad Juárez, Tijuana, Tlaxcala, Monterrey y Ciudad de México, cada una eso sí, referidas a su propio contexto.
La forma en cómo dicha dicotomía es asumida no permite ver que un aspecto que me parece fundamental: cómo la gestión de la cultura y el arte y las escenas locales responden a los modelos de política económica. Contrasta, por ejemplo, lo discutido en el nodo organizado por Metafile, en Monterrey, con lo señalado en los conversatorios Puebla-Cholula.
En el caso de Monterrey, la iniciativa privada, primordialmente corporativa, ha sido la principal fuente de financiación y promoción de la producción artística. Se tiene entonces una escena cultural vinculada a grandes proyectos de la industria cultural y/o de poderío social y económico. La participación estatal había sido minoritaria hasta la instauración del Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, participación que, no obstante, tiene límites difusos en tanto que muchos funcionarios operan en ambos sectores. Por su parte, en Puebla se percibe lo contrario, con una suerte de “idealización” de las relaciones posibles con el capital privado y una demanda por mayores espacios de participación de grupos no gubernamentales, así como la inclusión de iniciativas que no descansen sobre determinada idea del patrimonio. Habría que preguntarse cómo entender dicha demanda en el marco actual de la administración de Moreno Valle donde lo que se impone es un modelo en el que la línea entre intereses privados y políticas culturales gubernamentales no es clara, y se generan esquemas de participación poco virtuosos, de alto grado de endeudamiento público sin que haya mecanismos de decisión o participación ciudadana.
Dicha incidencia de la política económica sobre la cultura es también perceptible en la organización de imaginarios territoriales, como lo permiten ver las discusiones llevadas a cabo por los nodos “Tan cerca tan lejos” , en el Estado de México; “Claves para superar un naufragio” en Tijuana y “La red”, en Ciudad Juárez. ¿A qué responden las diferencias entre dos estados fronterizos del norte del país si la situación geográfica es similar? ¿Qué tan cierta es la inercia que genera la CDMX sobre el área metropolitana? ¿Qué sucederá con estos imaginarios en un momento en el que el discurso gubernamental plantea “zonas especiales de desarrollo económico”, donde es previsible una instrumentalización de la cultura?
La traída categórica Estado (instituciones gubernamentales)/ agentes privados (capital financiero o empresarial) / “independientes”. En más de uno de los nodos, fue posible percibir que los participantes reconocían tres actores. Por un lado, las instituciones gubernamentales –el “Estado”–, el capital financiero empresarial, corporativo o de altos ingresos –el “sector privado”– y los artistas, colectivos y gestores – los “independientes”–.
La separación deja ver lo siguiente: una no identificación de los últimos como parte de una sociedad civil que involucra a los segundos, una no identificación de las primeras como instancias garantes del ejercicio de los derechos culturales y la instauración de una suerte de maniqueísmo por exclusión en donde “ellos” (ya sea el gobierno, ya sea el capital privado) están en oposición con “nosotros” (todos los demás).
Esta negativa a reconocerse como parte del Estado (en tanto éste es conformado por su ciudadanía también y no sólo por su gobierno), pero tampoco como parte de un conglomerado mayor de la sociedad civil, genera un distanciamiento para con la responsabilidad que se tiene respecto a la política cultural y a cómo se juega en ella, así como para con los intereses de los que se es parte, las relaciones que establecen y los espacios de poder y/o resistencia.
La independencia como problema para “El Estado”/ la independencia como solución a “El Estado”. Vinculado con lo anterior, está el planteamiento de la “independencia” como problema y solución. Por un lado, se sostiene que ante la inercia gubernamental, las iniciativas autogestivas son la única y/o la mejor alternativa posible, sin reconocer el grado de dependencia actual y real que se tiene de los recursos de la federación, los estados, el mecenazgo corporativo, empresarial o de particulares; por el otro, está la demanda porque existan políticas públicas que permitan la existencia de los proyectos independientes, ya sea bajo la forma de subisidios y/o becas, o que desde los espacios de formación se “enseñe cómo bajar recursos”. Fueron pocos los llamados a modificar los marcos legales, fiscales o de representación que permitiesen un equilibrio entre ambas demandas. De nueva cuenta, las posturas excluyentes no permiten ver qué discursos subyacen en los llamados a la “profesionalización” o la forma en como determinadas categorías son usadas para acomodarse a los planes y programas públicos, o en qué medida la política cultural gubernamental instrumentaliza la lógica empresarial y financiera y para qué.
El temor de la enunciación, la trivialidad de la enunciación. A riesgo de incomodar, considero necesario señalar que varios de los nodos tuvieron como finalidad ganar visibilidad o bien, fueron ejercicios de “networking”; privó también el discurso fácil sin sustento argumental. Este aspecto resulta sintomático y no muy alentador. ¿A qué responde esta suerte de pereza y apatía entre nosotros? ¿Qué cuentos nos contamos que nos agotan antes de empezar a encontrar vías de trabajo conjunto?
Discursos no explícitos
Desde dónde se piensa. Más de la mitad de los nodos tuvieron como eje principal de análisis la razón política de la gestión cultural del Estado, seguidos de los que se interesaron por discutir sobre la cultura del beneficio común; fueron los menos los que abordaron la producción del valor del arte. Quizá lo anterior haya respondido a que el contacto institucional es el que resulta más inmediato y “fácil” de poner en cuestionamiento, aunque, a mi juicio, es la producción del valor del arte la que determina el resto. Este último punto es también el más complejo de someter a crítica, dado que implica poner en jaque el sistema bajo el cual se inscribe el arte.
Las discrepancias respecto a los marcos de referencia se hicieron también evidentes en el uso y sentido dado a ciertos términos. Por ejemplo, ‘beneficio común’ fue entendido indistintamente como “bienestar”, “recomposición social”, “democratización cultural”, “acceso”, “inversión del Estado para hacerte sentir más cómodo”, “networking”, “recurso”, “beneficio económico”, “construcción de comunidad”, “fortalecer el emprendimiento”. Ni que decir del uso indistinto de la palabra “Estado” para referirse a las instituciones de gobierno o el reducir la problemática del valor del arte a la pura intermediación y compraventa de obras, o a sus valores “trascendentales”.
Endogamia. En pocos nodos se cuestionó la posición de privilegio o los elementos simbólicos que intervienen en la escena cultural y artística desde la cual se habla. Pareciera haber una especie de “ceguera inconsciente” (¿o deliberada?) respecto a los usos políticos de la cultura y el arte, o qué implica el ser parte de una institución de gestión pública de la cultura (en ese sentido, las pequeñas entrevistas articuladas desde el nodo de Satélite son más que reveladoras). Esta situación lleva a desconocer las especificidades de otros campos de producción de la cultura, y las posiciones relativas entre unos y otros tanto a nivel de política cultural pública como de grupos de interés y control.
Autocensura. La autocensura o bien buscaba evitar comprometer la relación con las instituciones públicas, o bien, el no minar una “imagen contestataria” o de “oposición” ante el resto. La autocensura también puede entenderse como resultado de un resquemor, no gratuito, a acciones de violencia cotidiana tales como pérdida de empleo, trabas institucionales, “bloqueo” laboral, segregación…. Esto fue sobre todo evidente en los cuestionarios recopilados por Horizontal.
Formas discursivas perfiladas
Los nodos tuvieron distintas salidas formales y metodologías de trabajo: conversatorios, mesas de debate, presentaciones, conferencias, mapeos conceptuales, cartografías, performance, textos escritos, “clips” de video, registro sonoro y audiovisual, producción de obra gráfica.
De entre éstas, la más recurrente fue el conversatorio: ¿obedeció a razones de economía o facilidad logística? ¿O responde a una necesidad por hablar? Y si en efecto lo que impera es la urgencia por la voz, ¿por qué no podemos pasar “del discurso al hecho”? (como señala el título del nodo organizado por, en Oaxaca ).
Es verdad, los problemas no se solucionan con una sola discusión, y quizá, en efecto, es necesario plantearse las preguntas adecuadas, pero, ¿existen las preguntas correctas? ¿Dialogamos o jugamos al soliloquio? ¿Por qué no podemos comprometernos con nuestra propia palabra?
Nota final agridulce
¿Cómo hacemos que los nodos den lugar a acciones políticas específicas? ¿De qué manera las tensiones observadas nos permiten estructurar tácticas y vías de mayor incidencia? ¿Cuál es el vocabulario común que nos hace falta para no dejarnos llevar por el desasosiego? ¿Qué hacemos para que esto no quede en otra bonita relatoría, en la queja, en la catarsis grupal, mientras la realidad se nos escurre entre los dedos?
Brenda J. Caro Cocotle
*Este texto de presentó durante Nodos: Jornada de intercambio, actividad desarrollada el sábado 24 de septiembre de 2016 en Museo Jumex. Como relatores de Nodos, Fase 2 del SITAC XIII, Mónica Amieva, Christian Camacho y Brenda Caro dialogaron con los organizadores y participantes de Nodos, así como con las coordinadoras de los ejes temáticos del simposio y el público en general.