Comunidades experimentales del disenso

1. Primero, una serie de preguntas inadecuadas: ¿qué sucedería aquí, esta mañana, si por un error tipográfico o por un despiste de los organizadores o por un hackeo más o menos organizado, la mesa que nos convoca llevara por título “Razón política de la gestión cultural del Narco Estado? O, mejor aún, “Razón política de la gestión cultural del Estado de excepción permanente”. O quizá, ya que hemos entrado en el territorio de las posibilidades: “Razón política de la gestión cultural del Estado de Emergencia”, o más precisamente, “Razón política de la gestión cultural del Estado como crimen organizado” o “del Estado como oficina de gestiones y protección policiaca de los intereses privados”… “Razón política de la gestión cultural frente a las ruinas o el cadáver de la soberanía del Estado” es quizá un título demasiado lírico que podría ser sustituido por otro más aséptico y apenas descriptivo del paradigma contemporáneo que parecía, hasta hace no mucho tiempo, inapelable: “Razón política de la gestión cultural del Estado privado o del Estado Neoliberal”… etceterísima.

2. ¿Cómo se afectaría la raíz de nuestros argumentos, la fibra de nuestras propuestas y tácticas frente a las operaciones por venir de la nueva Secretaría de Cultura, de sus exclusiones, su opacidad, su desvinculación de los agentes culturales, sus verdaderas intenciones, nunca explicitadas más que en forma de dislates y lapsus, si nombráramos por una vez las cosas por su nombre? ¿Es decir, si adoptáramos, aunque fuera por un par de horas, una percepción compartida de la situación? Entiendo, por supuesto, que la invitación a este diálogo, junto con el cuestionario que han elaborado María Minera y Rafael Lemus para hacer un balance de la gestión de Conaculta, presupone la posibilidad de esta perspectiva que ya no acepta la mentira de la legitimidad democrática, pero lo hace sin sesgar las preguntas, sin precondiciones ideologizantes. Me temo, sin embargo, que ese sesgo nos precede y aplasta todos los días: porque no importa si formamos parte del 1% de los artistas que adquiere derecho de ciudadanía en el mercado trasnacional, esa élite dentro de la élite de la alta cultura, o bien, si formamos parte del 99% de los escritores, gestores culturales, actores, fotógrafos que no llegan a fin de mes, parece que finalmente nos ha llegado ese gran momento democratizador, el momento igualador de la muerte por bala perdida, desaparición forzada, levantón, fuego cruzado, secuestro o asalto a mano armada. No importa qué lugar de la cadena de producción de valor ocupemos, si el del patronato, la empresa socialmente responsable, el curador, la escritora aspiracional sexy social climbing fantastic, el colectivo de artistas más o menos exasperados, el fotógrafo desempleado, multiempleado o intermitente que nunca tiene tiempo para su obra  o la trabajadora de la cultura que hace sus labores en la Biblioteca Nacional casi como voluntariado y sin haber recibido su sueldo desde hace ocho meses: todos habitamos un barco que se hunde. Esta vulnerabilidad compartida, que se manifiesta en muchas conversaciones y prácticas cotidianas dentro y fuera del campo del arte, podría propiciar, por su urgencia, el retorno de lo político en la cultura, entendido como la reactivación de formas de asociación, encuentro, deliberación y cooperación capaces de construir potencia y utilidad común, que desborden ese monstruo que es la cultura institucional y el desastre nacional… Pero esta vulnerabilidad compartida también podría traducirse en todo lo contrario y cristalizar en la parálisis y la impotencia colectivas, como lo expresa esa otra pregunta que reaparece como sonsonete al final de nuestros encuentros, foros, conversatorios, como imposibilidad latente: ¿por qué no pasa nada?  

3. Me gustaría lanzar aquí una hipótesis de urgencia frente al giro ultraconservador de la política en América Latina, que en México es ya una política asesina en la que participan, muy bien organizados, los mercados legales y extralegales, en complicidad con el Estado (es decir, con distintos niveles de gobiernos, instituciones de procuración de justicia y una parte de la población ya sea indiferente o simplemente aterrada) y en cuyo trasfondo se encuentra también la pasividad y la desmovilización social. ¿De qué subjetividades, de qué imaginarios, de qué procesos de despolitización nos informa (también) la fábrica de muerte que se ensaya desde hace una década en México como antesala del devenir global (y que este año ha abierto dos sucursales ominosas, en Argentina y Brasil, mostrando de inmediato todo el potencial de su violencia económica y política)? ¿Podríamos preguntarnos sin ningún afán incriminatorio, sin ningún dedo flamígero, sino más bien como un proceso de autoanálisis y toma de conciencia, qué relaciones han guardado las políticas culturales instituidas bajo el programa neoliberal con la actual crisis del cuerpo social o (para hablar de nuestro campo en concreto) con la prolongada desarticulación de esta colectividad diversa y variable que integra la vida artística y cultural, es decir, con las enormes dificultades para autoorganizarnos, para crear espacios de autogestión, para concebirnos como cuerpo político, bajo ciertas circunstancia de emergencia como las actuales. ¿No es este último capítulo, el de la desposesión subjetiva, individual y comunitaria, lo que llamamos, en el fondo, neoliberalismo?

4. Esta hipótesis de urgencia buscaría dejar de ver al enemigo siempre como algo exterior, para preguntarnos qué pasa con nosotros, qué procesos se introdujeron en nuestras dinámicas de intercambio, nuestras formas de producción, nuestros lenguajes y nuestras relaciones a partir de 1988 con la creación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes durante el régimen de Salinas de Gortari. La hipótesis podría resumirse así: la transacción neoliberal no se da sin ganancia subjetiva (en términos de consumo, de libertad de expresión, de acceso a los bienes culturales, de aspiraciones, de deseos). O para decirlo con Margaret Thatcher: “La economía es el método. La finalidad es cambiar el corazón y el alma”. El programa neoliberal necesita la complicidad del Estado no sólo para instituir las reglas que permitan el dominio del capital financiero sobre el conjunto de la actividad económica, es decir, para producir mercados; el programa neoliberal necesita al Estado para propagar en el orden institucional su lengua franca. Y esta es, en suma, una tarea cultural.

5. Cuando la Iglesia se inventa el concepto de propaganda en el siglo XVII, a través de la Propaganda Fide, lo hace con la intención de propagar una forma de narrar que se imponga sobre las demás narraciones, fundamentalmente sobre la reforma luterana. Podemos pensar, entonces, que narrar no es sólo contar una cosa, sino que, de un modo más complejo, es hacer creer esa cosa. Si en el fondo el neoliberalismo es un pensamiento teológico que pone al mercado en el lugar de Dios, como han argumentado Giorgio Agamben o Michel Onfray, entre muchos otros, entonces su activismo cultural ha consistido en inculcar la idea de que todos los cambios que se introducen son absolutamente necesarios para la supervivencia de la empresa en un entorno competitivo. Una de las razones políticas de la gestión de la cultura del Estado en su proceso de privatización fue introducir en todas las disciplinas de las universidades, en los medios de comunicación y en las instituciones públicas el vocabulario de la competencia, los incentivos, el máximo beneficio, la rentabilidad, el emprendimiento, las industrias creativas, los think tanks, la calidad, el ránking, el posicionamiento, como si fuera natural referirse a la cultura siempre en esos términos.

6. Un ejemplo de este secuestro semántico en el caso editorial que conozco de primera mano: a partir de los años noventa las librerías se convirtieron en puntos de venta; los autores en marcas registradas; el editor en jefe de producto. ¡Así que esto es el libre mercado!, pensábamos entonces. Un lenguaje que agoniza para dar paso a otro. No sólo los libros dejaron de leerse desde la perspectiva ideológica para leerse desde la perspectiva de la mercancía; entre los escritores se operó también una transformación. Lo suyo era estar en todas partes, asistir a todos los actos posibles, ir de aquí para allá con movimientos rápidos (“ser —repetían ante el espejo y a la luz fantasmal de Berkeley— es ser visto”). Aquello era cosa de mirarse todo el día en la televisión o los escaparates. Out of sight, out of mind. Si en esta nueva narrativa, la obra de arte y los libros se convirtieron en objetos comerciales, en una dinámica de intercambio entre productores, consumidores y compradores, los artistas que aspiraban a generar conocimiento, fomentar la reflexión o el pensamiento crítico dentro de una cultura colectiva, terminaron reducidos a simples competidores en un mercado en el que no creían o bien persiguieron la fantasía de aprender el arte de vivir (bien) del arte, convertirse en edecanes y empresarios de sí, en condiciones que muy pronto se mostraron más bien adversas.

7. Hay una cifra que lo dice todo: en México existe una librería por cada 70,000 habitantes (según un censo del patrimonio e infraestructura cultural que hizo Conaculta hace algunos años). No hace falta ningún gran inquisidor para que ciertos libros no lleguen a los lectores, para que dejen de leerse, para que no circulen. La censura la ejerce, con su mano invisible, el mercado. Una determinada lógica publicitaria de corto aliento quiere, desde la Secretaría de Cultura, que se continúe hablando de “poetas”, “músicos”,  “cineastas” y, a partir de ahí, de “artistas” cuando desde hace tiempo no hay, en estos en papeles de figuración, sino desempleados, multiempleados o trabajadores intermitentes que producen objetos en cantidades inflacionarias para una circulación cada vez más endogámica o exigua. En este sentido, Rafael Tovar y de Teresa representó, en términos prácticos y simbólicos, el ingreso de la cultura mexicana a la gestión neoliberal, es decir, el pérfido y complejo entramado de la subvención estatal a la creación y la liberalización de los mercados, donde la cultura (la pobre y loca de la casa) fue arrojada a su suerte. Lo que sucedió, por ejemplo, con la desaparición sistemática de librerías y cines a partir de 1994, acaparadas luego por monopolios impenetrables, es sólo un ejemplo de ese proceso devastador... Por un lado, se apoya la producción cinematográfica y editorial con mucho dinero del Estado; por otro, esas producciones quedan embodegadas, lastradas, desconocidas, porque las leyes del mercado excluyen todo lo que no es profitable (pronúnciese en inglés) y los mecanismos de circulación cultural se han integrado casi en su totalidad a la industria del entertainment... De ese modo creció también la percepción unánime de que el apoyo a los creadores carece de interés público (cómo va a tenerlo, si nuestras obras ¡sólo las conocen nuestros amigos, enemigos y familiares!), es decir, como PRI-vi-le-gio, generando una distancia aún más amplia entre la sociedad y la élite cultural.

8. En esta crisis de sobreproducción sin circulación, las subvenciones del Estado para la creación han jugado un lugar importantísimo, porque nunca estuvieron acompañadas de políticas públicas que regularan la concentración monopólica u oligopólica en la industria del espectáculo y los grande conglomerados con editoriales, periódicos, revistas, radio, televisión, teatros, etc. Y eso no sucedió, porque regular los mercados es un anatema para la política económica neoliberal, como quedó expresado en el veto de Vicente Fox a la Ley del Libro, convertida una década después, en letra muerta. El rotundo fracaso de las así llamadas industrias culturales en México, entre muchas otras razones, radica en que las mediaciones y las infraestructuras que deberían hacer posible que la cultura llegue a donde tenga que llegar fueron arrojadas al tsunami comercial. El caso de las librerías o los espacios de exhibición cinematográfica son, en ese sentido, paradigmáticos. Se trata de un circuito raquítico, prácticamente inexistente y colonizados por los monopolios de la gran industria que busca rentabilidad a través de contenidos taquilleros, casi siempre provenientes de Estados Unidos. Alguien algún día debería hacer un censo de todos los libros, los CDs, las obras de teatro, los documentales, las piezas sonoras, las películas, que han permanecido invisibles e inaudibles bajo el régimen neoliberal. La consigna de Conaculta podría haber sido: ¡Que se produzcan todas las obras que critiquen el statu quo, bajo la condición tácita de que no circulen!

9. He ahí otra pequeña operación pérfida: las becas y las coinversiones del Estado para la producción cultural se volvieron recursos indispensables para administrar, en dosis homeopáticas, las guerras del hambre. Poco a poco, la necesidad y la precarización ocuparon un lugar en la economía general de la sumisión: una forma de supervivencia que dura lo que dura el recurso, la subvención, la coedición, la beca o el premio estatal, para luego volver a la condición de obrero inmaterial, sin seguridad social, ni contrato, ni salario asegurado, ni derechos jurídicos. El espíritu se proletariza. O para decirlo de otro modo: cierto prestigio que todavía se asignaba a la “cultura” acaba de romperse en pedazos. En El reparto de lo sensible. Estética y política, Jacques Rancière recuerda la separación del artesano de la vida pública, que Platón plantea en La República:

Un artesano constantemente está “haciendo” cosas, de manera que no puede dedicarse a nada más, pues su trabajo no puede esperar. En otras palabras, la vida de la práctica, del hacer, es una vida despojada de tiempo y de la plenitud imaginativa que dotaría al artesano de la capacidad para trascender su predicamento inmediato, para pensar en los deseos y las necesidad de los otros, para pensar en la virtud, la justicia y el buen vivir.

10. El neoliberalismo enseña que en periodos de escasez, y bajo su régimen siempre lo son, entre la salvación de otro hombre y la conservación del interés propio, debe preferirse siempre la segunda opción…. Ésta también se convirtió en la axiomática de muchos productores culturales. No podía ser de otro modo, a riesgo de poner en peligro los propios ingresos, el capital simbólico, el reconocimiento, aunque a veces se tratara de algo mucho más apremiante: pagar la renta, las deudas acumuladas, la luz o la conexión de wifi. De ese modo la política de Estado exacerbó la competencia, propia del campo por sus beneficios específicos, hasta determinar la implosión periódica de su autonomía, es decir, de su capacidad para estudiar y poner en práctica otras formas de gestión, otras formas de propiedad, otros sistemas de relaciones, otras subjetividades, otra interlocución y otra política: en suma, otro reparto de lo sensible y otra idea de ciudadanía. En México, se nos ha vuelto prácticamente impensable para los agentes culturales vivir al margen de la subvención estatal. No sólo porque vivir al margen del presupuesto es muy difícil, sino porque en una amplio sector del arte y la cultura se ha

in-corporado la institución, entendida como forma de tutela y no como espacio de intervención. He aquí un retorcimiento insospechado: bajo el viejo esquema del Estado benefactor se pusieron a prueba, por un lado, las reglas y dinámicas de la subjetividad neoliberal y, por otro, la reiteración de la democracia como espacio donde la gestión pública es sólo para los políticos, para los expertos en el latrocinio, mientras los ciudadanos se entrenan en la pantomima del sujeto reclamante, el ciudadano como persona con capacidad para exigir permanentemente derechos de los poderes públicos, pero sin ninguna competencia para intervenir en la toma de decisiones que afectan al común. “Ustedes sigan haciendo su vidita, dicen los políticos de la simulación democrática, nosotros nos ocuparemos de organizar el saqueo.” He aquí la segunda desposesión que introdujo el dinero del erario en las guerras del hambre del arte y la cultura: la expropiación de la acción concreta, susceptible de ser producida a través de otros vínculos y relaciones entre las personas. El despojo como negación de la capacidad colectiva de autogestión, de regeneración de lazos sociales fértiles, horizontales, deliberativos, que habilitan autonomía.

11. En última instancia, el canibalismo instituido favorece al régimen. Así, el dinero del erario en la cultura ha producido un escenario bélico donde los artistas viven enfrentados entre sí, una batalla campal fundada con frecuencia en corruptelas, pero también, en falsos dilemas o simples patadas de ahogado: la disputa entre puros e impuros, entre escritores sin beca que se declararon enemigos acérrimos de los escritores con beca, entre los escritores con beca que mantenían una actitud beligerante y crítica frente al régimen que fueron condenados por los escritores con beca que legitimaban al régimen, llamándolos, entre otras cosas, hipócritas, dos caras, artistas salomónicos… Acá un parrafito de Álvaro Uribe escrito al fragor de la última polémica suscitada por una Antología de poesía que auspició la Secretaría de Cultura para el Mercado de la Poesía en París: “Qué ponzoñosos tuits les lanza la ruda Tamara a sus muchos enemigos (todos los que no admiren irrestrictamente su obra). No importa que haya recibido y siga recibiendo cuantiosos cheques de las instituciones: aun así embarra de injurias a los institucionales. No importa que esté solicitando una beca más: ella fustiga en su poesía los crímenes de Estado y la corrupción.” Cada vez que los artistas se destripan en público o en privado, últimamente lo hacen con mucha frecuencia, el régimen de la separación celebra en la residencia oficial de los Pinos. La fragmentación del campo de la cultura se convierte, así, en metonimia de un país desmembrado por la violencia económica.

12. De estos modos invisibles, blandos, tácitos, se fue sustituyendo el antiguo régimen de cooptaciones, por un proceso simultáneo de despolitización, atomización, asistencialismo, meritocracias, mafias, criterios de calidad y validación, dependencia, precarización, contradicciones y hasta sentimientos de culpa que hicieron cada vez más irrelevantes o innecesarias las formas de cooptación y cercamiento intelectual del antiguo régimen...

13. Todo esto no son más que pequeñeces frente al teatro de operaciones de la actual Secretaría de Cultura, donde se perpetúa la crisis de representación, la separación abismal entre la gestión pública y el público al que dice representar. (Estamos tan bien entrenados en el concepto pasivo de ciudadanía o en el estado de shock permanente, que la resistencia ha sido casi nula.) Bastaría con atender al carácter antidemocrático de las audiencias, la celeridad y opacidad con que se aprobó en las cámaras, la nebulosa nunca despejada de su Reglamento en borrador, las denuncias públicas e internacionales de un grupo de investigadores del INAH que sí han hecho un escrutinio del proceso y denunciaron ante la ONU el objetivo oculto de la iniciativa federal. ¿Y cuál ese se objetivo? Aquí una instantánea: el afloramiento de los deseos inconscientes de Rafael Tovar y de Teresa, cuando en la ceremonia de su designación se dijo feliz por ser el nuevo Secretario de Turismo, digo, de Cultura, podría convertirse en el gif de una época de transparencia institucional involuntaria. El lapsus se convirtió enseguida en eje rector de su política: “Las prioridades de la nueva secretaría, dijo, son los grandes proyectos, los compromisos internacionales y la difusión de la imagen de México en el mundo.” Nos encontramos ante la culminación (o última fase) del proyecto neoliberal que inició en 1988: el uso de recursos públicas para la promoción internacional de la marca-país. O de lo que queda del país. En otras palabras: la tentativa de explotación intensiva del patrimonio e infraestructura culturales, donde figura ya una inmensa cabeza olmeca con el rostro de Octavio Paz al lado de los osarios de las fosas comunes, confundidas con tzompantlis. Ese es el horroreír de las políticas públicas del gobierno de Peña Nieto, las políticas del despojo y la banalidad siniestra.

14. Imaginemos ahora un grupo de individuos, de singularidades y colectivos, reunidos en territorios más o menos inestables, en las periferias, en los pliegues de las resistencias en curso que recorren todo el país; espacios independientes, enclaves copyleft, comunidades hackers, cooperativas editoriales, universidades desescolarizadas, asambleas de artistas, mesas de aprendizaje autogestionado, espacios comunales de producción artística, que no se contentan con el estado de cosas. Se trata de comunidades de la emergencia que corren en México paralelamente a los movimientos sociales que han respondido en las calles, en los territorios indígenas, en los desiertos de la necropolítica, a la fábrica de muerte y su fachada institucional. Estos enclaves, estas comunidades experimentales del disenso, proliferan a pesar de su extraordinaria fragilidad, como colectividades muchas veces no reconocidas que acechan y ponen en evidencia la ruina de las instituciones. Desde mi perspectiva, ahí están sucediendo las cosas más trascendentes para la vida pública no sólo del mundo del arte y la cultura, sino de la comprensión misma del retorno de lo político como capacidad de construir potencia y utilidad común.

15. Menciono algunas de estos colectivos y espacios que en los últimos años se han dedicado a contestar, de un modo polimorfo y fecundo, a las políticas culturales y a la violencia imperante: Nuestra Aparente Rendición. Unitierra. Rancho Electrónico. Bikini Wax. Campamento Audiovisual Itinerante (proyecto de comunalidad, aprendizaje y gestión audivisual nacido en la Sierra de Juárez). La cooperativa Cráter Invertido. Telecápita. Periodistas de A Pie. El colectivo de teatro documental e instalación escénica La Comuna: Revolución o Futuro. Casa Ladera (que participó en alguno de los nodos). Asamblea de Artistas Revolucionarios de Oaxaca. Obrera Centro. Cooperativa Tumbona Ediciones. Teatro Ojo. Sur+ y La Jícara (editorial, librería y centro de operaciones culturales y políticas). Foro de Cultura y Emergencia Nacional. Taller de Producciones Editoriales. Comunidad Cinematográfica con Ayotzinapa. Plataforma Feminista Contra Las Violencias Machistas. El Grito Más Fuerte. Ojos de Perro vs. La Impunidad… Desde bibliotecas, museos comunitarios y escuelas de pensamiento autónomo, hasta archivos de semillas que defienden no sólo un patrimonio biogenético común, sino una cultura, algunos de estos enclaves tienen comunicación con espacios cómplices en otros lugares del mundo como:  Traficantes de Sueños: espacio editorial, librería asociativa y asamblea comunitaria (España), Nociones Comunes: proyecto de formación colectiva para la intervención crítica y política (España). Tinta Limón-Colectivo Situaciones (Argentina), Casa Invisible en Málaga (espacio ocupado y gestionado por la comunidad), Iconoclasistas (Argentina)…

16. Ya sea a través de su organización interna, sus investigaciones o formas de hacer, estos espacios reactivan en la práctica la potencia de la cooperación y exploran otras formas de gestión en común, desestabilizando así los códigos del libre mercado. Al ocupar un espacio de trabajo compartido, no atomizado, en ellos se reintroducen nociones de territorio y habitabilidad, para trascender el carácter inmaterial, abstracto, de la producción de valor posfordista y dar cuerpo a la presencia (porque los cuerpos, ha escrito Franco Berardi Bifo, “son irreductibles a los flujos del capital”). En ellos, hay un cambio de lenguaje, es decir, de política: en lugar de competencia, la colaboración; en lugar de máximo beneficio individual, la economía social; en lugar del “sálvese quien pueda”, el cuidado mutuo y la reciprocidad; en lugar de la sumisión y la pasividad, la asamblea, el antagonismo, los acuerdos y desacuerdos. Muchos de estos ejercicios de imaginación radical abrazan valores, convivialidades y concepciones comunales de la propiedad que hasta ahora considerábamos posibles sólo en los espacios rurales o en las comunidades indígenas. Otros se constituyen como dispositivos para la articulación de enunciados colectivos y procesos de agenciamiento, construyendo directamente espacios de vida intervenida, es decir, configuraciones sociales hipotéticas y debatibles, donde se practica una toma de decisiones deliberativa y participativa. En ese sentido, las comunidades del disenso están ensayando nuevas formas de ejercicio de la ciudadanía, donde las personas son capaces de producir infraestructuras que mejoran la vida compartida, haciendo frente a la precariedad y el aislamiento, al tiempo que buscan resolver problemas en la producción y circulación cultural. Aquí no sólo se desborda el antiguo régimen de las artes (en ellas participan con frecuencia expertos y no expertos, artistas y no artistas), sino que se confronta la crisis de representación, disolviendo la separación entre producción y recepción, entre artistas y comunidad. Algo más: en sus estructuras horizontales, aunque no exentas de problemas y contradicciones, se interrumpe la brecha que existe en el régimen democrático entre los procesos políticos reales y la injerencia que pueda tener el “ciudadano” a través del esquema de participación limitada que brinda el Estado neoliberal. Su enorme relevancia radica en que, además de propiciar operaciones culturales complejas y pos-disciplinares, se constituyen como laboratorios que se atreven a preguntar: ¿es la institución todo lo que puede pensarse? Estas comunidades experimentales se presentan, en suma, como anomalías. Porque anómalo es aquel que no encaja o no quiere encajar.

17. Alberto López Cuenca y el Media Lab del Prado han descrito estas configuraciones culturales como prototipos, es decir, como tentativas, procesos abiertos, en el sentido del código abierto o software libre: procesos de producción de conocimiento inclusivo, modificable, perfectible y no privatizable. Sin la existencia de estas máquinas de guerra, espacios de combate y politicidad retornada, que hoy existen en esa red amplia y heterogénea que es la cultura, la posibilidad de transformación social en medio de la crisis generalizada sería sencillamente impensable. Estas anomalías representan una ruptura de la subjetividad neoliberal y de las estructuras que sostienen la mentira de la legitimidad democrática, es decir, una posible matriz de descontentos más organizados. El retorno de lo político es entendido aquí como un proceso colectivo que, como ha escrito Brian Holmes, desnormaliza la maquinaria afectiva del capitalismo financiero, abriendo senderos no sólo críticos, sino constructivos de organización descentrada, emancipatoria, distinta a las verticalidades y las exclusiones del Estado y el mercado. Mi hipótesis de urgencia terminaría entonces aquí, con el llamamiento a propiciar la anomalía, a reconocer (y hacer crecer) las potencias vivas en las que participan estos procesos.