Razones políticas de la gestión cultural del Estado

Octubre 2016

Alpha Escobedo


Es un placer para mi compartir esta mesa con todos Ustedes; poder reflexionar en conjunto sobre cuestiones que para nosotr@s son importantes, representa una oportunidad excepcional para conocer el universo de opiniones que circulan. Reconocer la pluralidad es importante en tanto que implica el reconocimiento de la existencia de realidades diversas, a veces ajenas y en ocasiones incluso encontradas. Este reconocimiento por sí mismo, facilita la resolución de problemáticas comunes enfrentadas, al permitir y provocar respuestas desde diferentes perspectivas que favorezcan a tod@s.

El gran tema de las razones políticas de la gestión cultural del estado, específicamente preguntándonos: 1) si es viable y necesario establecer vasos comunicantes entre el Estado y los actores culturales para generar políticas más incluyentes, plurales y efectivas; 2) si las decisiones sobre política cultural que se toman a nivel federal y estatal son democráticas y transparentes; y 3) ¿Cuál es la racionalidad política que orienta la gestión cultural del Estado mexicano? 

Seguiré el hilo conductor que plantean estas preguntas, para de ahí derivar a puntualizaciones que surgen desde mi perspectiva, tanto como fronteriza, tanto como académica. La experiencia profesional me ha llevado a dedicarme a estos temas, tanto en un nivel teórico, como en la cotidianidad de la gestión y  la administración pública. El trabajo de diseñar, administrar y evaluar procesos dentro de la educación superior pública, me ha permitido cruzar teoría y práctica; esto me ha llevado a detectar problemas y problemáticas, en los que constantemente se pueden observar errores de categoría, ambigüedades, incongruencias, vacíos, duplicidades y contradicciones.

La respuesta a las preguntas que nos guían en esta discusión, están flotando entre notros@s. De alguna manera tod@s aquí sabemos de antemano dichas respuestas. Quién podría estar en desacuerdo con la necesidad de establecer vasos comunicantes entre el Estado y los actores culturales para generar políticas más incluyentes, plurales y efectivas. De hecho, existe a este respecto un cúmulo de conocimiento y evidencias, representado por una amplia bibliografía en la se que plantean variadas teorías y enfoques al respecto, y dan cuenta de prácticas, estrategias, mecanismos y acciones para lograr no sólo la viabilidad, sino su eficacia y efectividad. Resumiendo: Claro que se necesitan y sabemos como hacerlo. (por lo menos en términos ideales, teóricos)

Sabemos también, que la transparencia y la democratización de las decisiones sobre las políticas públicas en México, para el ámbito de la cultura y las artes como para cualquier otro, son aún una demanda social que parece lejana de poderse realizar. Estas decisiones por supuesto están íntimamente ligadas con la “racionalidad política” del Estado Mexicano. Sabemos que la lógica de las decisiones parece estar definida por dinámicas alejadas de las necesidades del arte, o de la cultura, o de la educación, o de la salud, o de la seguridad pública y social, etc. Es del dominio público también, que los capitales que se intercambian y se prestigian dentro de las prácticas de las esferas políticas en nuestro país, no son precisamente las capacidades, las habilidades y los conocimientos necesarios para diseñar, implementar y evaluar las políticas públicas.

Fácilmente respondemos estos cuestionamientos; el asunto aquí entonces es ir más allá. Hay que replantear las preguntas; y podríamos empezar por preguntarnos qué podemos hacer para que se implementen las estrategias, programas y acciones que tengan el objetivo de activar los vasos comunicantes de todo el sistema, para generar políticas más incluyentes, plurales y efectivas. Así mismo, preguntarnos cómo podemos instaurar nuestra propia racionalidad en la gestión pública de la cultura. Estas nuevas preguntas nos enfrentan a la realidad de la que habla del título de este encuentro: Nadie es inocente. En primer término se trata de una posición en donde nos situamos como entes y entidades activ@s dentro del sistema de referencia; un sistema, que por cierto, se constituye a partir de las prácticas cotidianas de sus miembros. En otras palabras, habría que precisar que hablar del Estado Mexicano, es hablar de la totalidad del sistema, del cual y en el cual participamos tod@s. Es necesario empezar a ser más específicos en nuestros análisis para poder atacar los problemas adecuadamente. En lugar de hablar de “Estado”, mejor especifiquemos y hablemos de la administración del Estado, de los funcionamientos del Estado, hablemos de las prácticas y de las acciones específicas. 

A partir de la experiencia que he tenido en el diseño, aplicación y evaluación de políticas públicas en la educación superior, puedo decir que el marco normativo del Estado mexicano nos permite el trabajo hacia los objetivos de generar políticas más incluyentes, plurales y efectivas. Mi afirmación parte de los siguiente: En tanto que parte del sistema, cada un@ de nosotr@s, como sujetos del y para el mismo, participamos de su propia deconstrucción. El sistema se deconstruye cuando aplicando las reglas del mismo sistema, se encuentra un falla por la cual el sistema en cuestión se abisma. En el abismo, el sistema se transforma; la agencia del sujeto radica en la decisión abismal. (Derrida). 

Hasta el momento, de una manera u otra, hemos jugado con las lógicas que las hegemonías políticas y económicas del Estado nos han dictado. Hemos, como ell@s, querido corregir las fallas, en lugar de plantear lógicas alternativas para aprovechar el error; y entonces, beneficiarse con el momento de agencia que permite el abismo producido en el sistema. 

La ventaja al aterrizar las teorías derridianas en el contexto de las políticas públicas culturales en México, es que las fallas son tantas y tan evidentes, que un primer problema práctico es: por dónde es mejor o prioritario abismar al sistema, en el sentido de los objetivos. En términos macros esta pregunta se dificulta, pero en lo micro, en las experiencias locales, grupales, parece más fácil su resolución. Esto entra dentro de las lógicas del abismo, cuando se entiende que en el sistema son las prácticas de la cotidianidad (performatividad) las que conforman luego los constructos que analizan desde lo macro. Cuando por ejemplo se habla de “la cultura de la corrupción” en el sistema, desde lo macro, pronto de desdibujan los pequeños eventos concretos que la conforman como una herramienta para la intelección del problema. En este sentido, las oportunidades no sólo se encuentran en el plano de los políticas o marcos de legalidad del sistema, sino más concretamente en el detalle de las estrategias y las acciones específicas. 

En este sentido, hay que poner atención a los detalles que construyen el sistema; en los detalles, en los pequeños eventos de los que somos partícipes activos y con posibilidad de agencia. El equívoco resulta de pensar que podemos arreglar algo que está fuera del alcance de nuestro ámbito de poder. Es necesario asumir que formamos parte de ese sistema, de muchas maneras.