¿Todos somos culpables? Improntas para afrontar la emergencia de las políticas culturales
¿Todos somos culpables? Improntas para afrontar la emergencia de las políticas culturales

Laura Elena Román García

Ciudad de México, noviembre de 2016.

Nadie es inocente, es el lema que atraviesa el XIII SITAC. Esta frase evidentemente puede ser abordada desde múltiples miradas disciplinarias: desde la ética, la política, la filosofía, la religión; y en consecuencia tener posturas críticas ante estas tres palabras. Desde la mirada del simposio, apunta hacia una reflexión que atraviesa un componente empírico que demanda una aproximación del cómo y desde dónde cada uno de nosotros sostiene el hacer y el activar de las políticas culturales, como integrante constitutivo de este sistema.

Las políticas culturales son ese conjunto de acciones que define el estado, el sector privado, la sociedad civil y los agentes de los campos especializados con la finalidad de incidir en dimensiones culturales de una sociedad. Otras definiciones apuntan al conflicto, como resultado de exclusiones y ausencias de otras dimensiones culturales que no encajonan en esas construcciones. La mesa Razón política de la gestión cultural del Estado plantea discutir sobre lo hecho en torno a la política cultural a nivel federal. Y es que una noticia parece haber caído como balde de agua fría en algunos sectores de la cultura: la creación, sin ley ni reglamento, de la Secretaría de Cultura a nivel federal y la desaparición del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Sin embargo, esto viene cocinándose desde hace varios años, lo que parece dar cuenta que las reacciones de la comunidad artística siempre vienen como colofón asombrado de todo un proceso de decisiones al que nunca están invitados, o tal vez del que nunca están enterados.

Una posible disertación en pro del porqué una secretaría se sostiene en las  contradicciones jurídicas con la cuales nació y actúo el CONACULTA, que lo colocaba con una naturaleza jerárquica igual o menor de aquellos organismos que estaban supeditados a ella; y en consecuencia, de las duplicaciones en atribuciones entre las dependencias, de burocracias inútiles y gordas, de irracionalidades administrativas, de conflictos; pero sobre todo, de no negociación directa del presupuesto en tanto subsector. Por el contrario, la figura de consejo permitía una libertad del manejo de los recursos, de tener un consejo sin consejeros y mantenerse en pie; de apuntalar la formación artística a pesar de la SEP, entre otros.  Paradójicamente, mientras discutimos esto,  la presión de los artistas en Brasil trae de vuelta el ministerio de cultura que en una intentona del gobierno quería ser subsumido como subsector en el ministerio de educación. Si bien los contextos son un tanto disímiles, cabe preguntarse

¿qué tanto la propia comunidad artística participa de aquello que le duele, que le aqueja, que le disgusta de la política cultural?, ¿qué tanto con su silencio o no, con su ausencia o no, reequilibra todo el tiempo la situación perenne del otrora denominado subsector cultura?, ¿desde dónde mirar con más calma, si cabe este adjetivo, la impronta que nos demanda ese binomio que se nos escapa de las manos?, ¿cómo hemos afrontado los desequilibrios constantes de los impactos de las políticas culturales en nuestro país?, ¿cómo generar procesos de reflexividad efectivos para poder reequilibrar aquellas interacciones que se dan entre las comunidades artísticas y las instituciones públicas en las cuales recaen la configuración de políticas culturales?, ¿cómo pasar de un estado de crítica loopeada, a procesos de reflexividad que al menos nos permitan tener mayores grados de comprensión de un sistema complejo que debe ser mirado como una totalidad relativa?

No olvidemos que la Política Cultural con mayúsculas, fue un invento del Estado con el afán de hacer explícito que quien unifica y centraliza la capacidad de construir futuros es el poder público. Para lograr dicha finalidad, el Estado creó toda una red de infraestructuras culturales, pero también de agentes especializados (artistas, docentes, funcionarios, gestores, promotores); todos articulados bajo ese mismo fin: la capacidad de construir mundos y en consecuencia, futuros.

Entonces, lo que está en juego y en disputa entre éstos y aquellos es justo ese poder de significar, comprender, explicar y accionar en el mundo. Digámoslo en voz alta.

Si bien, esta intervención no tiene como objetivo delinear reflexiones en torno a esto, si pretende apuntalar un posicionamiento epistemológico que al menos permita dar cuenta de otros niveles de reflexividad y construcción cuando hablamos de política cultural. Una reflexividad de segundo orden que nos lleve a visibilizar desde dónde y cómo accionamos también nosotros en función de los otros. El reto ahora, es comenzar a tejer mayores grados de comprensión del funcionamiento y articulación de ese sistema, el de la Política Cultural, para comenzar a accionar hacia una transformación. Propongo entonces un posicionamiento desde el cual podríamos afrontar lo anterior con miras a delinear posibilidades de acción desde los sistemas complejos (Rolando García, 2006) y desde la epistemología genética (Jean Piaget, 1978).

Primera impronta

Rolando García plantea que la complejidad está asociada con la imposibilidad de la simplificación y de considerar aspectos de un fenómeno a partir de una disciplina. Ésta surge cuando la unidad compleja produce emergencias. Un sistema complejo para que sea denominado como tal, debe tener al menos dos características, estar constituido por elementos heterogéneos, pero que son al mismo tiempo interdefinibles (Rolando García); es decir, que no podemos entender el funcionamiento de cualquiera de sus elementos sin la relación con los demás.

La apuesta que enmarco en este texto es abordar a las políticas culturales como un sistema complejo. Primero, porque están delineadas al menos por cuatro actores: el estado, la sociedad civil, el sector privado y los agentes especializados; cada uno con características, intereses y naturalezas diferentes. Segundo, porque se configuran y accionan al menos en cuatro niveles: municipal, estatal, federal e internacional. Tercero, porque el existir de las políticas culturales se traduce en discursos y en acciones articulados en planes, programas y proyectos que idealmente intentarán incidir en problemáticas, ausencias, necesidades u obligaciones por y de parte de estos cuatro actores. Cuarto, porque se integran recursos humanos, económicos, tecnológicos y materiales que inciden fuertemente en la obtención de resultados. Quinto, porque las realidades donde se ponen en marcha este conjunto de acciones son tan disímiles, que del dicho al hecho hay mucho trecho. Sexto, porque cada campo artístico es diverso en su configuración, en su capacidad de reacción, en necesidades, etc. Y sexto, porque todo lo anterior está contenido y existe en función de una serie de discursos tejidos desde la globalidad, y muchas veces asumidos sin chistar en lo local. Hablamos entonces de un macro sistema constituido por varios sistemas que se interrelacionan y que se reequilibran para mantenerse vivos, pero sobre todo como una unidad que produce emergencias.  Afirma García y Piaget que “no sólo es necesario explicar los procesos que tienen lugar dentro del sistema sino también la resultante de sus interrelaciones, es decir, dar cuenta del funcionamiento del sistema complejo como totalidad organizada” (1982, p. 185). El reto es analizar estos elementos como totalidades relativas.

Si nos posicionamos desde la complejidad para afrontar la comprensión, análisis y configuración de las políticas culturales, tendremos un proceso de reflexividad de segundo orden y en consecuencia, asumir que cada uno de nosotros es parte sustantiva de éstas en tanto integrantes de un campo especializado del arte (Bourdieu, 1990, 2007) que está articulado por agentes especializados, instituciones especializadas, reglas y energías sociales que se ponen en lucha.

Segunda impronta

Los campos artísticos deben entenderse como sistemas autopoiéticos que se autocrean y autoconservan para seguir existiendo (Matura y Varela, 1984). No hay destrucción. Participan consciente o inconscientemente por medio de reequilibraciones para autocompensar y autoregular aquello que, en este contexto de discusión, el Estado hace o deja de hacer con respecto a las políticas culturales. 

La epistemología genética ha centrado su trabajo en responder ¿qué conocemos?, ¿cómo conocemos? y ¿cómo pasamos de un nivel de menor conocimiento a uno mayor? Ese tránsito de pasar a un mayor nivel de conocimiento implica pasar a otra situación, a otro estadio, a otra realidad, tal vez menos dolorosa. Esta construcción es posible como resultado de las interacciones dialécticas que se dan entre el sujeto cognoscente (los artistas) y el objeto cognoscible (el estado, las políticas culturales, etc.). A cada interacción se sucede un desequilibrio que debe ser reequilibrado con el accionar de mecanismos compensatorios y/o autorreguladores por parte del sujeto, lo que da cuenta del funcionamiento del sistema complejo como totalidad organizada (García y Piaget, 1982).  El resultado de la activación de esos mecanismos  puede llevar a dos tipos de equilibraciones: estática o dinámica incrementante (Piaget, 1978). Si es incrementante, estamos hablando de transformación, del  avance hacia otro estadio, a otra realidad–aunque esto no quiera decir que sea mejor o peor, sino diferente-. Si es estático, hemos entonces bloquedo la perturbación y la emergencia para quedarnos en la misma situación de origen, en el mismo estado de conocimiento, con la misma capacidad para mirar el mundo, en el mismo lugar y con la misma gente, diría Juan Gabriel.   

Bajo esta lógica, cabría preguntarse ¿qué mecanismos autorregulatorios activan los agentes de los campos artísticos para estar en un equilibrio estático perenne con respecto a lo que se sucede en las políticas culturales del Estado?, ¿son los espacios de confort, las becas, los gallery weekend, los festivales, la discusión loopera emergentes? Habría que preguntarse y responderse ¿cuáles son?

“Explicar es mostrar que hay un sistema de transformaciones que conducen de una situación, que llamamos causa, a otra situación que consideramos efecto” (García, 2006, p. 188)

Tercera impronta

Cada nivel de organización de los subsistemas de un sistema complejo, tienen una dinámica propia en función de los elementos y las naturalezas que lo componen y de las interacciones dialécticas que se dan ahí dentro. Sin embargo, no son  niveles autónomos ya que están sometidos a interacción con otros niveles que delinean condiciones de contorno (García, 2006). Toda inversión de capital en las políticas culturales requiere de una inversión de discurso, del diseño de condiciones de contorno: ciudades creativas, emprendurismos culturales, clusters creativos, diversidad cultural, innovación, creaciones emergentes, circuitos emergentes de galerías.

Estas condiciones de contorno no han sido delineadas por nosotros sino por otros que nos han dicho desde siempre cómo somos, qué somos, cuáles son las políticas culturales adecuadas. Recordemos que lo que está en juego es nuestra capacidad de construir nuestros mundos.

Bajo esta tónica, la discusión de las políticas culturales no debe estar alejada de los derechos culturales y de la gobernanza, en diálogo con otros campos que construyen sentido: los medios de comunicación, el medio ambiente, la ciencia, la tecnología, la moda, lo popular, la religión. La complejidad está asociada con la imposibilidad de considerar aspectos particulares de un fenómeno a partir de una disciplina específica, recordemos.

Cuarta impronta

Justo antes de llegar a este Simposio, ayer en Puebla se contabilizaba el asesinato número 62 de una joven mujer. Universitaria, de hecho.  Entonces ¿cuál es nuestra responsabilidad en tanto constructores de mundos?, ¿qué es lo que peleamos y discutimos al centrarnos en la forma y no en el fondo?, ¿el capital económico de las instituciones?, ¿los espacios de decisión de esos discursos?, ¿un equilibrio estático?, ¿quiénes nos narran?

Y ¿si pensamos en condiciones de posibilidad (Luhmman, 1998) para transformarnos? Luego entonces,

¿Cómo afrontar la culpabilidad?, ¿los artistas debieran tener un tratamiento diferenciado como se ha dicho?

¿Quiénes están ausentes?

¿Quién y desde dónde se construye la culpabilidad?

¿Quién y desde dónde se decide la inocencia?

¿Hemos resistido o cedido?

¿Será que todos somos culpables en beneficio de una sola idea de lo que significa “común”?




Referencias

1.      Bourdieu, P. (1990). Sociología y Cultura. México: Editorial Grijalbo.

2.      ___________(2007). Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Barcelona, España: Anagrama.

3.      García, R. (2006). Sistemas Complejos Conceptos, método y fundamentación epistemológica de la investigación interdisciplinaria. Barcelona, España. Gedisa. García, R. y Piaget, J. (1982). Psicogénesis e Historia de las Ciencias. España: Gedisa.

4.      Luhmman, N. (1998). Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría general. Barcelona: Anthropos, Universidad Iberoamericana.

5.      Maturana, H. y Varela, F. (1984). El árbol del conocimiento. Bases biológicas del entendimiento humano. España: Lumen Humanitas.

6.      Piaget, J. (1978). La equilibración de las estructuras cognitivas. Problema central del desarrollo. Madrid: Siglo XXI España Editores.