¿Es el arte contemporáneo un bien común? / Mmmetafile
¿Es el arte contemporáneo un bien común? fue el primer conversatorio de la plataforma Metafile y se realizó en el espacio NoAutomático, en Monterrey. Participaron: Marcela Quiroga Garza, Rafael Casas-Garza, Marco Treviño, Francisco Benítez, Eliud Nava. Moderador: Mario Alberto García Rico.
Además de las actividades de documentación y archivo que genera la plataforma mmmmetafile.net, se ha activado además una serie de conversatorios que se realizarán cada tres meses en la ciudad de Monterrey y otros puntos del país. El objetivo es trabajar sobre problemáticas específicas y contextuales.
Este primer conversatorio estuvo vinculado con el eje temático del SITAC XIII ¿Cultura del beneficio común? Decidimos aterrizarlo concretamente y partir de una pregunta específica: "¿es el arte contemporáneo un bien común?" Durante la charla, cinco participantes abordaron la pregunta personalmente, pero el diálogo estuvo abierto al público durante toda la sesión. Los puntos principales que se tocaron en el conversatorio fueron el valor artístico contemporáneo -visto desde al ángulo económico, el mercado-, pero también desde las vivencias, la investigación como producción de beneficio común y el arte como motor social en la relación entre actores de las prácticas, la ciudadanía y las instituciones.
La plática comenzó con la artista investigadora Marcela Quiroga Garza, quien abrió su intervención con una cita del texto Arte como experiencia de John Dewey: "Las percepciones estéticas son los ingredientes necesarios para la felicidad o se pueden reducir a excitaciones de compensación agradables o pasajeras”. La artista partió de "dos supuestos y un prejuicio", argumentando que en principio estos dos supuestos llevan a pensar la trampa binaria en la que se puede caer como respuesta al arte como beneficio común. Por un lado, la respuesta afirmativa que nos lleva a los grupos o comunidades artísticas, en aquellas situaciones en las que se “participa” en la cultura de beneficio común. Por otro lado, la respuesta negativa, la cual indica que nos encontramos inmersos en estructuras de políticas que bien son imposiciones que aceptamos sin cuestionar: siempre que se habla de un blanco y un negro se tiende a excluir. También desarrolló su idea de "prejuicio", que sirve para salir de esas respuestas binarias y consistiría en cambiar la definición de objeto artístico a la de prácticas artísticas, las cuales sí podrían generar comunidad y sensibilidad mediante la confrontación de quien las lleva a cabo, siendo co-creador de realidades infinitas.
Por otra parte, Rafael Casas-Garza llamó al análisis y la identificación de problemáticas más allá de las dinámicas que imponen responder preguntas binarias. En este caso, al referirse a la posibilidad de que el arte contemporáneo pueda ser un bien compartido. Ante la opción de abordar la pregunta de forma universal, invitó a pensar en las ideas de comunidad y contexto especifico, lo que permite que la idea de bien común tenga sentido para determinado grupo de personas. El artista ofreció una mirada histórica y crítica a propósito del lugar de la escultura en el espacio público en Nuevo León. Sobre la propuesta estatal en ese ámbito, señaló que persigue plantear la identidad de un estado soberano frente a la iniciativa del sector privado. Para ejemplificarlo, el artista refirió el uso de la escultura como forma regionalizada de arte público, como es el caso de La puerta de Sebastián: una obra que, situada en la entrada de Monterrey, desde la segunda mitad del siglo pasado muestra cómo en la ciudad se ha querido crear un hito modernista de un pasado industrial. También habló de la obsolescencia de estas posturas que generan a su vez una crisis, al igual que iniciativas como el fórum de las culturas, que pretendió una visión globalizada de la industria cultural en sintonía con la imagen mediatizada de Monterrey. En contraparte, recordó las esculturas olvidadas de Antony Gormley, que representan una escala humana y no una industrial; para el artista, ese punto deja clara la crisis de identidad de lo público en Nuevo León. Frente a ello, indicó, la práctica artística tiene la capacidad de realizar encuentros y desencuentros, pero ¿cuáles encuentros serían necesarios para generar significado? Finalizó subrayando la importancia de hacer alternancia entre un trabajo de estudio e institucional y el trabajo de campo con lo social.
Eliud Nava partió de la idea del bien común como producto, concretamente del mercado del arte y los espacios independientes; lo hizo desde desde una perspectiva material, donde el imaginario global está anclado en el arte contemporáneo como mercancía enajenada que raya en ocurrencia sin profundidad. Para Nava, el arte contemporáneo no es un bien común debido a su carácter eurocéntrico, pero si es que puede llegar a serlo es mediante la descolonización: mediante sacar estos bienes del capitalismo agresivo en el que se encuentran, para que dejen de ser atesorados como mercancías. Las prácticas independientes, consideró, forman parte de la resignificación del imaginario social, del arte y de todo campo de producción humana. Sería la sociedad quien imagine ese beneficio común.
Francisco Benítez articuló su presentación a partir de piezas. Habló del antropoceno y la idea de extinción o aniquilación de la memoria, del conocimiento en relación a la condición humana propia. Planteó que el arte contemporáneo puede o no ser depositario del conocimiento, convirtiendo al participante en alguien que cuestiona los límites al tratar de entender la vida a través de esa vía. Lejos de ser mercancía enajenada, al fungir como depositario del conocimiento humano el arte puede convertirse en beneficio común.
La participación de Marco Treviño fue a través de la narrativa. Mediante metáforas, llevó a los asistentes a reflexionar sobre las condiciones económico-políticas del Estado y la cultura del trabajo; a través de toques históricos, advirtió del discurso que ha querido mantenerse vigente en la ciudad, para luego proponer que el arte contemporáneo no es un bien común pues la clase política ha generado estrategias elitistas y encriptadas, donde la sociedad se retrata y donde nadie es inocente. Contó también su experiencia personal en cuanto a la planeación de negocios para mantener la producción artística; para ello, advirtió sobre los programas de arte y la práctica artística desde la noción de “hobby” (con una línea entre pasatiempo y deporte que invita a repensar las propias condiciones de ventaja y las implicaciones de poder que tiene la búsqueda de los beneficios). Para cerrar, refirió que desde esa perspectiva más que de un bien se trata de un lujo: si el arte contemporáneo a nivel local se percibe como una ocupación es nuestra tarea entender el privilegio de gastarnos el tiempo de esa manera.
En este conversatorio se ofrecieron varios enfoques. Principalmente se habló de los grupos de trabajo, el tiempo improductivo o no remunerado que puede resultar de la práctica artística y la diferencia que puede existir entre hobby y trabajo, pero sobre todo de los límites que dichos términos construyen para formar el valor de la producción del circuito local y cómo las prácticas del arte tienen la responsabilidad de maniobrar ambos lados. Tras las ponencias, la discusión tomó mayor forma con las intervenciones del público y las réplicas de los participantes.
Los invitamos a escuchar el audio completo del conversatorio: