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Un nodo es un punto de intersección, conexión o unión de varios elementos que confluyen en el mismo lugar. Ahora bien, dentro de la comunicación humana la palabra nodo puede referirse también a conceptos diferentes los cuales se someten a revisión mediante el diálogo y la discusión, según el ámbito desde el cual nos movamos.

Dedicar unas palabras al futuro es sin lugar a dudas una tarea extraña debido a que este evento aún está por suceder. Sin embargo, más que vaticinar el porvenir, pretendo poner sobre la mesa (o para efectos prácticos sobre caracteres digitales) algunos antecedentes y cuestionamientos críticos en torno al “bien común”, tema que hará converger a un grupo de diferentes agentes culturales y artísticos activos en la ciudad desde el ámbito del arte contemporáneo.

Más que pensar el ¿bien común para qué? o ¿para quiénes?, me voy a situar en el contexto: ciudad de Monterrey 25º.17´40¨ Latitud Norte, millón y medio de habitantes, la ciudad más contaminada de América Latina. Equipos de futbol: Tigres y Rayados. Capital de la cerveza, del clima extremo, de motines en la cárcel de Topochico. Grandes cifras, grandes pensamientos y grandes ocultamientos.

Monterrey es una ciudad que se reserva, dependiendo el lugar donde te pares a observarla. Para poner un ejemplo basta iniciar un recorrido por la autopista No. 40 desde el municipio aledaño Villa de Juárez. A partir de este punto el cerro parece cualquier montaña, sin nada en particular picos, rocas, vegetación. Conforme se avanza hacia el municipio de Guadalupe, ese cerro cobra majestuosidad, se vuelve “algo”, adquiere forma: “ya se va pareciendo a” una silla de montar. Justo cuando se transita enfrente del Parque Fundidora el cerro está listo para apreciarse en toda su extensión. Claro, este recorrido será posible “si y sólo si” no hay nubes que lo cubran o niebla que impida su visibilidad.

Bajo la premisa de que las políticas de representación en Monterrey han sido una forma de consolidación del capital económico y empresarial de los patrones locales desde hace más de 3 generaciones, me toca cuestionar lo siguiente:

¿Podemos mediante el arte establecer estados de bienestar alternativos a la narrativa dominante local?

Si pensamos en términos históricos, ha sido la pintura como práctica la única disciplina de las Artes Visuales, que ha alcanzó un alto estatus dentro de esta narrativa industrial de la historia del arte en Monterrey (décadas de los 80 y 90).

Pero ya han pasado más de 25 años de esta época, bodas de plata que está conmemorando el Museo MARCO de esos momentos maravillosos y espeluznantes.

Ahora bien, la pintura nunca estableció ningún estado de bienestar común que no fuera el de la consolidación del poder y el capital económico para las elites regiomontanas. Si históricamente en la ciudad el arte manifestó un discurso maniqueo al empresario y a sus acciones de beneficencia pública (apoyo a los pobres, a los discapacitados y al enfermo) siempre y cuando se lograra deducir impuestos o de acreditar registros internacionales de “empresa socialmente responsable”.

La situación posicionó a la ciudad como espacio desde el cual el arte contemporáneo coexistía gracias a la compra y venta de pintura neomexicanista; hoy esa historia corresponde a su oscuro pasado. Basta recordar los últimos años de la década de los ochenta en la ciudad y el boom del mercado del arte. Y después de este momento ¿qué ha pasado? ¿Quiénes han hecho que pasen nuevos sucesos? ¿De qué manera eso que pasa en lo local permite leer a la ciudad de otra manera?. No son preguntas menores, siguen siendo cuestionamientos que de cuando en cuando no me dejan dormir por las noches.

Estados alterados, diría yo, lugares de resistencia que puedan manifestar esas rupturas, alternativas o posibilidades de generar bien común que no vaya acompañado de una bella frase publicitaria para hacer sentir a la comunidad que la cultura es el admirable rostro de empresas predadoras y neoliberales. Bien común sostenido en la ideología del empresario y sus obreros serviles, dóciles, dúctiles hechos a medida: buenos padres de familia, buenos ciudadanos, trabajadores y entrones a toda prueba. Siempre desde su his-tory o la historia del patriarcado industrial donde lo femenino, lo fragmentado y lo marginal nomás no tienen para dónde hacerse.

Las instituciones artísticas culturales que han promovido la cultura en Monterrey tienen sesgos, implícitos y explícitos que afectan el pasado y el presente. Esto es verdad tanto para críticos, artistas y gestores.

Si las políticas de representación dejan margen de maniobra, ¿cuáles serían esos puntos o nodos desde los cuales podemos sostenernos como comunidad crítica? -aun estando a más de mil kilómetros de distancia como es mi caso- para pensar a Monterrey desde el rabillo del ojo, desde la memoria, desde lo que se puede decir y no se puede hacer.


*Este texto se publicó el 3 de junio de 2016 en la plataforma Metafile a propósito del Nodo ¿Es el arte contemporáneo un bien común? Agradecemos a la autora y a la publicación permitirnos reproducirlo aquí.